Lamentablemente, la reputación de Bolivia entre los viajeros NO suele ser muy positiva. Una gran mayorÃa te dicen que el paÃs es maravilloso, pero que la gente, y en particular esas señoras vestidas con coloridos trajes tradicionales y tocadas con bombÃn, y que te suelen atender en el mercado, las cholitas, son hostiles y maleducadas.

Asà que yo iba alertado. Y es cierto que al principio uno nota una actitud diferente (no es la alegrÃa colombiana ni la ternura peruana), menos amigable, la cual yo interpreté como una mezcla de desprecio hacia el extranjero, de cierto orgullo nativo y de ciertas ganas de revancha por las afrentas históricas.

Pero poco a poco, intrigado y armado con mi mejor actitud y con dosis de paciencia, otra realidad, mucho más positiva, se fué revelando.

Las cholitas son mujeres tÃmidas, y la mayorÃa solo hablan español como segunda lengua (su lengua nativa siguen siendo dialectos quechua). Por tanto muchas prefieren no interactuar con los extranjeros por pura vergüenza. Muchas prefieren no dar pie a una conversación, mantener una actitud seria y distante, antes que sentir que hacen el ridÃculo.

Y con este nuevo enfoque más humilde, comencé a descubrir a señoras encantadoras, trabajadoras natas, y amables, a su manera, cuando se sienten valoradas. Me ocurrió en el mercado de Tarija una anécdota que muestra perfectamente lo que te acabo de contar.

Como cada dÃa, pasé por el mercado y me detuve a comerme unas kupis (croquetas crujientes de quinoa). La cholita, pese a mis intentos de mostrarme amable, pese a mis cumplidos en lo deliciosas que estaban, ni siquiera me dirigÃa la palabra. Me cobraba y seguÃa a lo suyo. Yo seguà en mis trece, y cada vez que pasaba le contaba algo, o me llevaba a otros viajeros para que las probasen. Pero ella ni caso.

O eso parecÃa, porque a partir de cierto momento, cada vez que pasaba me invitaba a un juguito, o me regalaba otra kupi después de haber pagado. SeguÃa sin dirigirse a mÃ, pero esa era su forma tácita de agradecer mis cumplidos, esa era su forma tÃmida de ser amable. Me fijé mejor y và que tenÃa la mitad de la cara quemada. Por eso ni me miraba. Y nunca la oà hablar en español más que los números, luego es muy posible que no supiese o se avergonzase de hacerlo mal. Pero a su manera me lo agradeció. Y me pareció lo más tierno. Y me enseñó una lección que aún permanece fresca en mi memoria: no juzgues a nadie, no conoces su historia.

Y este ha sido mi alegato en favor de las cholitas, esas mujeres incomprendidas.
