Aunque hace ya más 4 meses que pasamos por Argentina, tras el carnaval en Brasil y después de una visita fugaz a Paraguay, aquella experiencia no es algo que se me vaya a olvidar fácilmente.

Teníamos previsto pasar un mes, y nos quedamos casi dos. Acostumbrados a otro estilo en el resto de América latina, encontrar un país tan europeo, tan cercano, tan amable y tan culto fue un regalo caído del cielo.
¿Qué os voy a contar yo de ese acento que endulza los sentidos? ¡Qué encanto!¡Y suena tan educado! La gente es culta, respetuosa y además adoran a los españoles. Nos acogían en su casa con agrado (gracias Maraca y Pipi) y se esforzaban de corazón en ayudarnos. Nos organizaron visitas guiadas y algún que otro festival: vimos a Charly Garcia en concierto, un espectáculo de Tango, fuimos a la opera, a la discoteca de Coppola, el ex manager de Maradona. Es simple, los argentinos, incluidos los porteños son buena gente.

La comida ha sido, sin lugar a dudas, la mejor de estos 10 meses de viaje. Además de unos precios muy asequibles (algo generalizado en Argentina tras la devaluación del Peso), tienen unos platos deliciosos: una carne exquisita que muestra su mejor sabor en una especie de barbacoa llamada “Asado” (de hecho dejé de comer carne cuando salí del país, y es que no sabía igual), pasta fresca más rica que en Italia, ensaladas de diseño en Palermo, empanadas salteñas, dulce de leche, alfajores (parecidos a nuestros polvorones) y un vino tinto de primera categoría.

Gente, Comida… ¿Qué falta? Lugares. De eso tampoco andan escasos en Argentina. Nosotros empezamos por el Norte, en las Cataratas de Iguazú, toda una maravilla natural formada por un número infinito de cascadas, y en Misiones, unas ruinas muy bonitas de una congregación jesuita. Después pasamos una semana magnífica en Buenos Aires, una ciudad con una identidad propia, bastante vidilla cultural y mucha influencia europea (han heredado lo mejor, y lo peor, de los Italianos, Franceses y Españoles).

De allí a los Andes, donde disfrutamos de la montaña, de los 7 lagos (cristalinos y salvajes) y bosques vírgenes en San Martín, Villa Angostura y Bariloche. Atravesamos la pampa Argentina hasta Puerto Madryn en la costa Atlántica, donde acabamos durmiendo en el hostal más entrañable de todo el viaje, e infiltrándonos en una comunidad de más de medio millón de pingüinos en Punta Tombo. Nos subimos a un avión militar de la época de Maria Castaña para llegar hasta la Patagonia en el sur, a Ushuaia, el mal llamado “Fin del Mundo” (sobre todo porque Puerto Williams, una ciudad chilena, hasta un poquito más al sur), donde nos pilló la primera nevada del año y estuvimos acampando en el parque Nacional de Tierra del Fuego. Regresamos a los andes, a Calafate y a el Chaltén, donde el Perito Moreno (uno de los pocos glaciares que aún siguen creciendo) y las montañas del Fitz Roy nos permitieron volver a sentirnos como unos verdaderos aventureros en un entorno natural en su estado más puro. Cargados de tienda y víveres, estuvimos 4 días caminando por senderos de montaña, intentando sobrevivir a noches gélidas con nuestros sacos de juguete, escalando glaciares con crampones y piolet y sobre todo disfrutando de paisajes espectaculares, impresionantes, inhóspitos…
Desde la Patagonia cruzamos a Chile, y varias semanas después volvimos a regresar a Argentina. Pero eso te lo cuento en el próximo relato
Saludos desde el Caribe mexicano
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