En mi cabecita, que no descansa ni en las playas de la Polinesia Francesa, retumbaba, como si hubiese eco, un lugar que, al menos en mi imaginación, representaba mejor que ningún otro esa idea de paraÃso… Bora Bora… Bora Bora… Bora Bora

Estaba tan cerca… TenÃa que ver si era cierto. Asà que me lié la manta a la cabeza (sólo el vuelo desde Tahità ya son 400€), y aterricé en Bora Bora.

Y lamentablente (lo digo por el costo) es absolutamente maravilloso. Es sin un duda uno de los lugares más bonitos de este planeta. Con justicia ocupa en el imaginario colectivo la imagen de lo que es el paraÃso.

Pagar 1500€/noche en cualquiera de los hoteles de la isla estaba algo alejado de mi presupuesto. Asà que con tesón encontré una casa de huéspedes (creo que es la única): Rosina.

Rosina es la dueña y la matriarca de una familia de más de 200, entre hijos propios, hijos del marido cuando se equivocaba de mujer (según las propias palabras de Rosina), sobrinos, nietos, novias de los nietos…

Es una mujer de armas tomar. Fuerte, autoritaria, pero dulce y cariñosa a la vez. Y sobre todo feliz. Aún la recuerdo cantando karaoke en el coche. Y por supuesto, como buena Polinesia, extremadamente hospitalaria. A mà me adoptó como a otro hijo más (donde caben 200). Y me cuidó y me llevó a la iglesia y me alimentó con manjares y durante unos dÃas fuà parte de su familia.

Rosina y su familia fueron la guinda del pastel. ¡Y encima en Bora Bora!
