En mi última parada en Sudamérica me acerqué a explorar el Norte de Chile (la vez anterior habÃa tocado el Sur hasta Santiago). Desde las montañas gélidas de Sajama (Bolivia) llegué a dedo hasta la frontera, donde me subà en un bus al que se le olvidó cobrarme, y que me dejó en la costa cálida y luminosa de Arica. Empezabamos bien.

Y esa fué la tónica predominante en Chile. Todo bien. Todo tranquilo. De hecho fué quizás algo menos excitante y exótico que el resto de destinos en Sudamérica. Chile me pareció un paÃs más moderno y desarrollado, lo más similar a Europa (con sus virtudes y sus defectos) que yo he visto en Latinoamérica.

Es menos caótico y más cÃvico (aún recuerdo mi sorpresa cuando los coches se detuvieron por primera vez en los últimos 10 meses para dejarme cruzar en un paso de peatones); hay menos indÃgenas y más indigentes («residuos» de las sociedades desarrolladas que no và en el resto de sudamérica); menos mercados populares y más centros comerciales; precios más caros y autovÃas de primera; cómida rápida pero sin sabor.

Visité Arica e Iquique, ciudades costeras, soleadas, de casas en bajo pintadas con colores alegres, y con ambiente relajado y surfero que me recordaron a la costa sur californiana. Detrás, en el desierto, estuve en un pueblito fantasma maravilloso, Humberstone, donde sus habitantes bien podrÃan regresar al caer la noche.

Pasé por San Pedro de Atacama, donde, y pese a ser demasido turÃstico para mÃ, estuve explorando en bici paisajes de otros planetas. Lo mejor fué el hostel bohemio donde caà con un músico chileno extravagante, y la abuelita, su madre, de 90 años que fumaba marÃa para calmar sus dolores.

Pese a que en invierno la costa Norte es frÃa y con oleaje, conseguà bañarme en BahÃa Inglesa, un lugar atÃpico, por lo paradisÃaco, de agua turquesa y cristalina. Pasé varios dÃas en La Serena, un lugar agradable para pasear por la playa, acercarte a pueblos pintorescos como Coquimbo, o caminar por el valle del Elqui, donde cultivan la uva blanca con la que fabrican el pisco, la bebida nacional.

Terminé en el centro, regresando de nuevo a la que es sin duda mi ciudad preferida de Chile por su actitud canalla, marinera, desordenada y colorida (ValparaÃso), y pasando unos dÃas en Santiago con Vicho, un antiguo compañero de piso.

Asà despedà y cerré mis andanzas por Sudamérica. Y más que una despedida, espero, sinceramente, que haya sido un hasta luego.
