¿Cómo sigue todo? Tengo que admitirlo. China me encanta. Las razones quizás permanezcan algo diluidas (gente curiosa, nutrida historia, comida picante, lugares mÃsticos…), pero todas contribuyen a las buenas sensaciones que me transmite esta zona del mundo. Esta segunda vez en el paÃs, allá por Marzo, me permitió descubrir gran parte del Este.
El viaje comenzó en Qingdao, donde los alemanes, que apenas estuvieron 15 años, dejaron su impronta para la historia: la fábrica de cerveza número uno del paÃs. En Qufu le mostré mis respetos a los restos de Confucio que descansan en un cementerio boscoso repleto de esquelas y esculturas funerarias de lo más variado (camellos, tortugas y discÃpulos del maestro con su singular perilla trenzada y el bigotito rizado). Después subà los más de 6000 escalones desiguales (1300 metros de desnivel) hasta la cima de la montaña sagrada de Tai Shan para básicamente tropezarme con un chaman en trance que me abrazaba, me besaba y hasta intentó meterme mano (no me preguntes por qué).
Exploré intensamente la región cercana a Shanghai (Nanjing, Yangzhuo, Zhenjiang, Suzhou, Zhouzhuang y Hangzhou) que comparte, por suerte y por desgracia, las riberas del Yangtze (el rio mas largo de China). Este conjunto de ciudades y aldeas históricas están surcadas por canales y puentes; poseen lagos imperiales salpicados de templos y pagodas; tienen los primeros jardines toscos donde la piedra y el agua crean vistas de postal a través de las ventanas de los corredores y pabellones que los recorren; aun quedan algunos monasterios aparentemente laberÃnticos, sobre colinas, con unas panorámicas privilegiadas: y por supuesto no faltan los barrios antiguos de ladrillo grisáceo y farolillos rojos que sirven de fondo a los mercados callejeros y al transcurrir de los dÃas.
Shanghai me tenÃa preparada una de las mejores sorpresas de este viaje: el reencuentro con Jesus, un antiguo compañero del cole, que no sólo demostró ser un anfitrión perfecto que me brindó 5 dÃas extraordinarios en la ciudad, sino que ademas resultó tener ese espÃritu de aventurero inconformista y pude por tanto compartir durante largas horas ideas e impresiones (e incluso descubrir que existe un campeonato mundial de pelea de grillos)
Continuando hacia el Sur aparecà en Tunxi, una región de agricultores de té (con esos caracterÃsticos gorros cónicos de hojas secas de bambú) y aldeas de piedra blanca donde es fácil sentirse en otra época. En Huang Shan (montaña amarilla) tuve la suerte de presenciar un fenómeno natural extremadamente delicado y sereno: el mar de nubes. Picos granÃticos de formas esbeltas parecen nacer del blanco algodón de las nubes para, momentos después, volver a desaparecer en la nebulosa tempestad.
Dos dÃas y medio más tarde (de intenso y entretenido viaje) todo cambió cuando amanecà en la isla de Gulang Yu, frente a Xiamen, un lugar subtropical con vegetación exhuberante y cierto aire colonial portugués.
El broche de oro fue una excursión a Yongding, una aldea ribereña de más de 600 años donde las casas comunales hechas de adobo son auténticas fortalezas, algunas incluso redondas y grandes como una plaza de toros. Más sorprendente si cabe es que a dÃa de hoy aún sirven de morada a comunidades enteras, a los pollos, y como no podÃa ser de otra manera en China, a las tiendas de souvenirs.
Lo dicho, me encanta China.
Saludos desde Bohol (Filipinas)
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