Filipinas ha resultado un destino formidable. Me ha hecho volver a sentirme un aventurero de nuevo, descubriendo cada dÃa lugares y sensaciones sorprendentes. Sinceramente, deberÃas apuntártelo en la lista de sitios a visitar. Merece, y mucho, la pena.
Y no son sólo las 7107 islas que forman el archipiélago (hay donde elegir, verdad?). Ni el calor soporÃfero que hace que todo funcione sin prisas, sin estrés. Ni la posibilidad de nadar con el pez más grande que existe (el gentil tiburón ballena) o de despertar al Tarsier, el primate más diminuto del mundo, de ojos saltones y hábitos nocturnos. Ni las impresionantes terrazas de arroz alrededor de Banaue, que me recordaron a las construcciones de piedra de los Incas. Ni las infinitas posibilidades de bucear entre tortugas, corales multicolores o peces que escapan a la creatividad del más pintado. Ni las playas paradisÃacas (Boracay) donde lo más sencillo es acostumbrarse a no hacer nada. Ni esa terracita en la plaza antigua que te sirve una San Miguel helada, longanizas y tortas de camarones, mientras la gente se pasea en calesa. Ni las peleas de gallos, donde además de apostar los «pesos» se juegan la salud (el nivel de exaltación de la gente roza la locura). Ni las chozas en mitad de la jungla de Bohol que te hacen sentirte en otro mundo (sonidos, colores, olores… todo es diferente e intenso).
Me ocurrió una tarde, deambulando por Vigan, que me detuve a ver como unos tios jugaban al tenis. Poco tardaron en hacerme pasar a la cancha. En el club reunidos estaba ni más ni menos que la élite de la ciudad: el alcalde, el hijo del vice-gobernador, la doctora, un catedrático de la universidad de Santo Tomás (la mas prestigiosa de Filipinas)… Encantados con la presencia extranjera, las cervezas comenzaron a fluir, seguidas del agradecimiento a España por un par de proyectos de ayuda de ONGs en la comarca, para terminar sacando la guitarra y cantando baladas en filipino. Apoteósico.
Y es que el legado español se palpa. Además de las muchas palabras que se han colado en el filipino (la hora se dice en español, como los dÃas de la semana y los meses, varios tacos, y otras culturamente mucho más atractivas como fiesta, capricho, multa, chabacano, merienda, «pulisya» y no podÃan faltar la iglesia y el parroco), la influencia espanola se percibe en la forma de ser de la gente.
Yo dirÃa que funciona como en los pueblos: hay que entablar una conversación, romper el hielo, crear cierta familiaridad.Un ejemplo, real y que puse en práctica muy a menudo, serÃa el siguiente:
[la escena ocurre cuando necesito tomar un triciclo, una motocicleta con sidecar que hace las veces de taxi]Paco (P): Buenas, cómo va todo? Cuánto cuesta hasta la estación?
Taxista (T): Uhmm, son 20 pesos.
P:20, eso es precio para turistas.
[Llegado este punto comienza la estrategia. Me relajo, me tomo mi tiempo, busco una posición cómoda y continúo]
P: Cómo te llamas?
T: Herminio Suarez
P: Coño! eso es apellido español
T: SÃ, es que mi abuelo era de allÃ.
P: A ver si vas a ser nieto de Adolfo Suarez, que fue presidente de España, y estás aquà condunciendo una motocicleta.
T: No, que va, no creo que llegue tan lejos.
P: Por cierto, cuánto me has dicho que era?
T: Venga, que sean 10 pesos
P: Dale entonces presidente.

Y para terminar, una curiosidad, aún a sabiendas de que te va a costar digerirla. La San Miguel, nuestra cerveza más conocida, se inventó en Filipinas. Lo siento! Es lo que tiene viajar, que se desmontan todos los mitos.
Saludos
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