Uno podría pensar que con visitar los lugares una sola vez es suficiente. Yo era de esa opinión. Pero después de haber regresado a Machu Picchu 12 años más tarde, creo que ya no estoy tan seguro.

Y es que si algo ha dejado bien claro esta segunda visita a Perú (la vez anterior atravesé el país de Sur a Norte con Mathieu y con la mochila como compañeros inseparables de mi primera gran aventura en Latino América), es que la memoria no es eterna.

Más bien al revés. La memoria, al menos mi memoria, es volátil y caprichosa. Porque yo podría comprender sin mucho esfuerzo que no me acordase de otros lugares “menos” singulares en los que ya había estado como puedan ser Trujillo, Lima o Paracas.

Pero sinceramente esperaba que al llegar a Machu Picchu me viniese algún recuerdo, me asaltase alguna sensación de familiaridad, o al menos un deja-vu. Claro, yo asumía que un lugar tan mágico y maravilloso como este tenía que seguir almacenado en mi memoria. Y que regresar iba a despertar esos recuerdos. Pero nada de nada.

Y eso que Machu Picchu es un sitio que parece sacado de un cuento de Disney, rodeado en la cercanía de cerros cubiertos de vegetación tropical, y de picos nevados en la distancia, donde los templos y las terrazas de cultivo incas se integran perfectamente y en una armonía casi única en el mundo con el resto del paisaje.

Además Machu Picchu me brindó una inmersión total. Amaneció despejado; después la niebla se fué tragando las ruinas hasta que comenzó un diluvio que me empapó hasta los huesos, y una vez que los turistas se habían largado, volvió a salir el sol radiante para regalarnos a los pocos incondicionales que habíamos aguantado el chaparrón unas vistas “inolvidables”, al menos durante unos años.

Así que me quedo con 2 cosas de esta visita. La primera es que Machu Picchu es absolutamente maravilloso. Y la segunda es que puedo volver tantas veces como quiera, ya que es muy probable que todo esto ya se me haya olvidado.

1 Response to “Machu Picchu en la memoria”
Envia un Comentario