Mongolia ha dejado una huella profunda en mi forma de ver las cosas.
Es un lugar absolutamente fabuloso donde la conexión con el entorno es inmediata e intensa: paisajes vastos e inalterados; gente humilde y hospitalaria; antiguas tradiciones aún presentes. Es un rinconcito que invita a sustituir lo superficial y lo banal por un retorno a la vida sencilla, a lo básico, a las cosas que realmente importan (me atreverÃa a apostar que consisten en algo de comida, un lugar protegido donde dormir y, quizás lo más trascendental, compañÃa agradable).
El viaje comenzó a principios de Noviembre, ya con un frÃo para adultos (con temperaturas oscilando entre -10C y -20C), y estuve acompañado esta vez por un grupo de 4 franceses que encontré durante mis dÃas previos en Rusia. Juntos organizamos una escapada inolvidable de 2 semanas en una furgoneta 4×4 (con conductor y cocinera) por la Mongolia más salvaje (y sin lugar a dudas, la más auténtica): lugares sin electricidad (olvÃdate de cargar el Ipod), ni agua corriente (olvÃdate de duchas… mi record personal ha quedado establecido en la nada desdeñable cifra de 14 dÃas), ni carreteras ni señalizaciones (sólo las marcas en la tierra de otros escasos vehÃculos que hayan pasado antes por allÃ), donde el wc con suerte es un agujero en medio de la nada, donde el té se toma con leche en polvo y sal (el azúcar es difÃcil de conseguir) y donde bajo un mismo techo, y directamente sobre la paja, llegamos a dormir 12 personas (nosotros y la familia).
Son muchÃsimos los recuerdos que han colaborado con esta idea tan romántica de que es posible vivir feliz con poquito. Aquà van 3 de ellos:
–Nómadas. Las familias nómadas viven en un Yur o Ger, que es una tienda de campaña redonda con una estufa en el centro que funciona a base de biocombustible (vamos, con la mierda seca del ganado) y que también hace las veces de cocina. Estas familias viven aisladas las unas de las otras y cambian 2 ó 3 veces al año de ubicación en busca de los mejores pastos. Además, y salvo en las ciudades, la tierra en Mongolia no tiene dueños (no pertenece a nadie) con lo que se pueden instalar donde les plazca. La hospitalidad forma parte de su cultura. AsÃ, cualquiera que llame a su puerta es invitado a pasar (no es necesario descalzarse), a sentarse en su cama, a beber un té y a picar unas galletas o queso casero (ojito con las dentaduras débiles!). Si coincide que están preparando algo de comer, lo compartirán contigo. De hecho una de las veces, que acaban de matar un caballo y lo estaban hirviendo por partes, conseguimos salvar unos filetes enormes y nos los preparamos a la brasa en brochetas hechas con ramas de pino. Por supuesto también te puedes quedar a dormir, en cuyo caso si que se les paga algo de dinero (unos 3 euros).
–Desierto del Gobi. Este es un lugar mÃtico del que estoy seguro que has oido hablar. Y no defrauda. Las dunas de arena dorada se perciben desde muuuuuy lejos, y crecen hasta convertirse en montañas cuando uno llega a la base. A mi que me encantan los desiertos, no se me ocurre ninguna manera mejor de expresar gráficamente el concepto de libertad: correr desnudo sobre las dunas sin otra referencia visual que todas esas colinas de arena a tu alrededor. Un sueño cumplido.
–Caravana de Caballos. Como parte de la aventura incluÃmos 3 dÃas a caballo en paisajes montañosos de pelÃcula. Eramos en total una caravana de 9 personas y 12 caballos (3 con las provisiones y los sacos de dormir), cabalgando a través de rÃos y pasos de montaña cubiertos de nieve, cerca de lagos y cataratas heladas, sobre bosques fantasmales que han crecido entre rocas volcánicas, y colina arriba colina abajo. Lo mejor de todo era cuando el jefe guÃa nos lo permitÃa y la emprendÃamos al galope sobre los llanos (aunque son pequeños, los caballos mongoles son fuertes y veloces). Auténticos vaqueros.
Simplemente espectacular.
Paco, desde Takayama (cerca de los alpes japoneses)
Album de Fotos de Mongolia en Flickr