Echándole un vistazo a mis notas me he tropezado con mi última noche (el 23 de Diciembre) en China. Ojalá fuesen todos así…
De camino hacia Japón tenía un vuelo que hacía escala de un dia entero en Shenyang (capital de Manchuria).
Durante el día estuve visitando la ciudad y fue constante el goteo de gente amable con la que tropecé. Como si se hubiesen conjurado para ocuparse de mí. Empezó con un chico, algo amanerado y con dos de las uñas de cada mano extremadamente largas (así lo recuerdo), que estaba sentado a mi lado en el bus desde el aeropuerto hacia la ciudad. Me acompañó hasta la misma puerta del palacio imperial, pagando autobus, taxi y hasta un nestea de limón.
A media tarde me detuve en puesto de comida callejero a picar algo, y mientras intentaba adivinar que era aquello (resultó ser tofu frito con una salsa espesa que sabía a rancio) y cuánto costaba, un policía que se estaba comiendo uno me invitó. Para que salieses de dudas, supongo.
Más tarde, una pastelera muy cordial, regordeta y con un inglés muy correcto consultó con sus compañeras y con los clientes mis preguntas sobre una direccion, y una vez que hubo consenso me tradujo la respuesta final.
Al rato, mientras esperaba un bus se me acercó una chica, hablamos unos minutos y me regaló un amuleto de la suerte. Sin más.
Una vez en el bus, obviamente no tenía ni idea de dónde me tenía que bajar, y le pedí ayuda a una señora de unos 50. Ni corta ni perezosa me dibujó un plano en un plis plas puesto que ella se iba a bajar antes. Tremendo!.
Una vez más queda demostrado que en los lugares menos turísticos, como lo es esta ciudad, la gente se vuelca y te «dan» el día.
Eso sí, la verdadera aventura comenzó por la noche. Decidí dormir en el aeropuerto, convencido de que, si lo puedo hacer en Londres, lo puedo hacer en cualquier parte. Claro que Shenyang no es Stanted. Sobre las 11 de la noche, la planta de salidas se quedó completamente vacía y apagaron todas las luces. Acto seguido me echaron de allí. Aquello ya no me olía tan simple. Me instalé entonces en la planta de llegadas y sobre medianoche ocurrió exactamente lo mismo. Yo me hice el dormido sobre uno de los bancos, pero los soldados me dijeron que tenía que abandonar el aeropuerto.

No lo había mencionado hasta ahora, pero fuera, sin exagerar, había un viento tremendo y como mucho 20 grados bajo cero (-20c). Usando todas mis armas disponibles, intenté convencerles de que me dejasen quedarme dentro: ni mi mejor sonrisa, ni los ojos del gato con botas en Shrek, ni el carnet de estudiante, ni los bolsillos vacíos, ni siquiera la mímica de los efectos de una hipotermia hicieron mella en sus almas de soldados obedientes para con las normas.
Resignado, me arrastré hacia el exterior, y como última y única opción me permitieron quedarme encerrado dentro de las puertas giratorias de cristal, las que separan justamente la terminal del aparcamiento. Incluso me trajeron una silla. Y es que en el fondo eran majetes, pero lo que yo les pedía era imposible (allí solo quedaba yo). Llevaba toda la ropa de abrigo que tengo y estaba helado hasta los huesos. El viento gelido se colaba por las rendijas de las puertas y comence a dudar seriamente de que pudiese aguantar 4 ó 5 horas mas en esas condiciones. La cosa se estaba poniendo seria y no veía muchas otras opciones.
Pensando qué hacer, y siendo ya algo más de la una, apareció un taxi con un chino cargado de maletas. Obviamente el hombre intentó convencer a los guardias de pasar dentro, pero lamentablemente para ambos, con mis mismos resultados. Eso sí, los guardias le explicaron qué podía hacer.
El chino me dejó sus maletas y desapareció. Al cuarto de hora regresó y me indicó que le siguiera. Me llevó hasta un hotel cercano donde, por una propinilla, nos dejaron dormir en los sofas de piel mullidos de la recepción que ademas estaba bien calentita.
Curiosa la evolución de la noche y como, una vez, al final, todo salió sorprendentemente bien!
Espero que todo vaya bonito.
Saludos desde Seul (Corea)