[Aquà puedes leer el relato PERDIDO de inicio y el relato PERDIDO la trama]
Tras mi primera noche en la selva, desayunamos el otro pescado (yo aún no lo sabÃa, pero ese iba a ser mi último bocado durante las próximas 30 horas) y comenzamos a regresar sobre nuestros pasos. Lo sé porque conseguà identificar un par de árboles del dÃa anterior.

Ya con la certeza de que él sà sabÃa dónde estabamos y con la sensación de que aquello era una excursión para turistas, reté a Orlando, y aunque no me lo dijo, en algún momento aceptó el desafio y se salió del ‘camino’ conocido.

Empecé a notar que dudaba. VolvÃamos sobre nuestros pasos porque no podÃamos continuar por ahÃ. O giraba de forma inesperada. Le và que comenzaba a hacer marcas con el machete para saber por dónde habÃamos pasado.

Aún de dÃa, atravesamos sigilosamente (no sabÃamos con quién podÃamos tropezarnos) un campamento abandonado. Unas horas más tarde de caminata, y sin que fuese su intención, volvimos a aparecer en el campamento abandonado. HabÃamos girado en redondo. Sé que no era lo que buscaba porque soltó un revelador «¡hijo de pucha!«, se puso más nervioso y aceleró el ritmo.

Era oficial. Estabamos perdidos. Y ahà tuve un subidón de adrenalina que me activó al instante. Lo obligué a detenerse y a que me explicase su ‘plan’. Por primera vez pude aportar algo. Ahora me sentÃa que ya estabamos, al menos, en el mismo barco. Y esa emoción me renovó las energÃas.

Decidimos atravesar en dirección hacia donde pensabamos que estaba el rio principal. Desde allà esperabamos poder orientarnos mejor. Al principio iba abriendome camino a machetazos con todo el brio del mundo, pero con el paso del tiempo mi brazo agotado ya solo lograba apartar con vehemencia las ramas que más incordiaban.
Un par de veces perdà a Orlando, que se adelantaba, más rápido y más nervioso, lo suficiente para que tuviese que encontrarlo a gritos.

Llegamos hasta el rio y nuestro gozo en un pozo. HabÃan rápidos, no habÃa orilla por donde continuar y el cauce era demasiado ancho. Y seguÃamos sin saber dónde estabamos. Deshicimos parte del recorrido, seguimos macheteando nuestro sendero a un ritmo agotador, atravesamos nuevos arroyos, y ya casi anocheciendo, ¡Volvimos a aparecer en el campamento abandonado!

¡ParecÃa que estabamos atrapados! Salimos de allÃ, y buscamos un claro junto a un arroyo donde volvimos a montar nuestra mosquitera sobre hojas de palmera.

Ya de noche, y pese al cansancio, Orlando decidió que tenÃamos que salir a cazar. Yo creo que él tenÃa más hambre que yo. No hubo suerte y tras un par de horas regresamos a dormir, esta vez con el estómago completamente vacio. No sé si el agotamiento, o la ‘experiencia’ adquirida de la noche anterior, pero esta vez no tardé nada en dormirme.
Me contó que habÃamos estado intentando explorar las posibilidades para poder salir de allÃ. Aún nos quedaban opciones, pero tendrÃamos que madrugar e imprimir un ritmo intenso para seguir marcando el terreno y terminar por encontrar una vÃa que le llevase a terreno ‘conocido’. Yo la verdad es que estaba emocionado y bastante tranquilo. SabÃa que en el peor de los casos podÃamos hacer una balsa y bajar el rio, o que si no regresabamos al pueblo, alguien vendrÃa a buscarnos.

Asà que la última mañana, antes de amanecer ya estabamos corriendo a través de la selva. Yo cada vez me sentÃa más confiado. La excitación de estar perdido en la selva me resultaba casi mÃstica. Me hacÃa ver lo que me rodeaba de forma distinta, como si fuese parte de mÃ, una extensión natural, completamente conectado al entorno. Sentà de la forma más clara que somos parte de lo mismo. Y comprendà por primera vez el poder de atracción de la selva, con sus miles de historias de gente que se ha quedado atrapada para no volver.

Y lo cierto es que no sé muy bien cómo, pero a media mañana nos tropezamos con otro guÃa. Aquello era, sin duda, una buena señal, pues según me habÃa contado Orlando, el resto de guÃas no tomaban riesgos, y cuando acompañaban a alguien, no se lo llevaban muy lejós. Solo lo suficiente para que pensase que estaba inmerso en la selva.

Y asà fué. Ya estabamos de nuevo en terreno ‘conocido’. En otro par de horas conseguimos llegar hasta el punto de extracción, un recodo del rio donde una barca nos esperaba para llevarme de vuelta (4 horas) a la civilización.

Sin lugar a dudas una experiencia inolvidable por lo intensa y lo real de lo vivido. Y un sueño realizado: perderme, en el más literal de los sentidos.