[Lee el relato inicial de PERDIDO aquÃ]
El primer dÃa fuÃmos siguiendo «sendas» trazados por los animales. Orlando sabÃa hacia donde dirigirse. La vegetación es tan densa que apenas se veÃa el sol, con lo que se orientaba por la dirección de los arroyos o por el tipo de plantas.

De vez en cuando se detenÃa y cortaba un trozo de corteza (para hacer té después), o macheteaba una liana de la que brotaba el chorro de agua más fresca de la historia (¡Espectacular!), o me daba un fruto del tamaño de una nuez que aunque apenas tenÃa alimento, me mantenÃa ocupado y callado por un rato.

Nos cruzamos con monos (ardilla y aulladores), alguna serpiente, aves de plumas coloridas, ranitas adorables, con una manada de jabalies salvajes…

Caminamos sin descanso siempre dentro de la espesura de la selva y al anochecer llegamos a una playa fluvial donde habÃan huellas recientes de caiman y de jaguar.

El plan de Orlando era pescar la cena para alimentar nuestros estómagos vacios. Desapareció en busca de cebo, y fué ahÃ, en ese momento, solo por primera vez, en ‘vetetúasaberdónde’, rodeado de los ruidos de la selva, con la noche cayendo irremediablemente, que me asaltó un momento de pánico: ¿dónde me habÃa metido?, ¿con quién?, ¿dónde ibamos a pasar la noche?, ¿serÃa vegetariano este jaguar?…

Cuando Orlando regresó, le pregunté, intentando mantener la calma, si todo estaba controlado. Su respuesta fué sencilla «tenemos que sobrevivir«. Orlando hablaba lo justo. Al menos me dió la tranquilidad de que estaba en ello.
De hecho pescó 2 piezas enormes, y con una habilidad solo posible para alguien de la zona, consiguió prender la madera húmeda (usando las velas) y asó el pescado. Si hubiese sido por mÃ, hubiesemos cenado sashimi. O para ser honestos, nos hubiesemos ido a la ‘cama’ sin cenar.

Para dormir dispuso unas hojas de palmera en el suelo, y clavó 4 estacas donde enganchó la mosquitera. Aquello era de chiste. Yo recuerdo que pensaba, para animarme, que seguramente el jaguar o las serpientes no iban a poder atravesar los agujeros de la mosquitera. Me costó dormirme varias horas: en mi cabeza cada ruÃdo era la antesala del ataque inminente de una fiera.

Pero al final caÃ. Y antes de dormirme vestido con la ropa empapada de todo el dia, con decenas de picaduras de mosquitos, con los pies casi podridos por la humedad, tumbado en la selva y sólo protegido por una fina mosquitera de los ‘peligros’ de la noche, pensaba que ya habÃa tenido suficiente, que no me importarÃa regresar al dÃa siguiente.

Además me sentÃa algo decepcionado. Aquello era una puesta en escena para turistas. Yo no sabÃa dónde estabamos ni cómo regresar, pero Orlando sÃ. Me habÃa sacado de mi zona de comfort, pero no estabamos perdidos. Aquello no dejaba de ser una excursión extrema, me estaba ‘enseñando’ la selva y cómo sobrevivir, pero lo tenÃa todo bajo control…¡Yo querÃa algo real!

Pero al dÃa siguiente las cosas iban a cambiar. Por completo. Lo reté, Orlando aceptó el desafió, y se salió, él también, de su zona de seguridad. Se perdió. Nos perdimos. Y ahà si que empezó la verdadera aventura…