Desde Rapa Nui sólo hay 2 opciones: o se regresa a Santiago o se continúa hasta Tahità (Polinesia Francesa). Bien sabes a estas alturas que yo no soy muy dado a deshacer caminos.

Y ahora sà que llegamos, por fin, al lugar que representa, mejor que ningún otro, la idea que todos tenemos del paraÃso. De hecho yo creo que surgió aquà cuando artistas de la talla de Paul Gauguin, Robert Louis Stevenson o Herman Melville, pintaron y describieron durante el siglo XIX sus experiencias en este rincón apartado del mundo.

El paraÃso es real. Existe. Y está en la Polinesia Francesa. Esas fotos que vemos y que nos hacen soñar vienen de allÃ. No hace falta que busques más. Playas vÃrgenes, muchas desiertas, de arena tan fina y tan blanca que parece harina. Palmeras en el lugar perfecto para proporcionar sombra y contraste.

Agua cristalina y mansa que refleja todos los tonos de azul (turquesa, marino, indigo, azur, celeste…). Frutas tropicales (cocos, piñas, mangos, guayabas, plátanos…). Fondos de coral vivo, caleidoscópico. Jardines acuáticos con tortugas, tiburones, rayas, peces loro, langostas…


A veces, la barrera de coral hace que se creen islotes pequeños (los motu), que rodean a la isla principal. Es aquà donde se han formado las playas más espectaculares. Son estos motu esas islas desiertas a las que todos hemos soñado escaparnos alguna vez. Yo llegaba en kayak, y obviamente ¡era el único humano en ellas!

Y asà pasaba mis dÃas. De isla en isla. Escapándome a motus. Caminando por la costa en busca de calas escondidas. Persiguiendo tiburones y tortugas. Y por supuesto hablando con los locales, gente sonriente y relajada, que viven al ritmo que marcan las olas del mar, sin estrés, con tiempo para contarte, por ejemplo, como se prepara el «poisson cru» (aunque está mal que lo diga yo, me sale riquÃsimo), o llevarme a visitar en jeep el centro selvático de la isla.

¡ParadisÃaco!
