Erasé una vez un paÃs muy muy bello, la república Checa.
Sus ciudades estaban repletas de catedrales, palacios y castillos (Praga), de iglesias góticas en lo alto de las colinas (Brno), de fuentes que reflejaban las fachadas pastel de las casas (Telc), de plazas exquisÃtamente proporcionadas (Cesky Budejovice),
de relojes sofisticados (Olomuoc), de brebajes nuevos y frescos (lo que hoy conocemos como «cerveza rubia» se inventó en Plzen, la Pilsener), de jardines laberÃnticos y flores que dibujaban formas geométricas (Kromeriz), de rios que fluÃan entre aldeas de postal perfecta y donde artistas que pintaban muchachas desnudas eran expulsados (como le ocurrió a Egon Schieleen la tierra natal de su madre, Cesky Krumlov).
Extranjeros venidos de todos los rincones sobrepasaban en número a los habitantes locales, y, como si de una invasión se tratase, llenaban pensiones, bistros y tiendas de souvenirs, haciendo cola hasta en el baño de caballeros.
Y colorÃn colorado, este cuento se ha acabado.
Saludos, desde Ulan bator, justo antes de partir 13 dias al desierto del Gobi (Mongolia)