Una de las máximas de esta forma de viajar es que uno come cuando puede, no cuando quiere.
Muchas veces estoy caminando todo el dÃa, o en buses eternos, o perdido en aldeÃtas, y la oportunidad de comer simplemente no aparece.

Asà me pasó ya de vuelta en Colombia. Llevaba 5 dÃas explorando lugares algo remotos al sur de Bogotá: el desierto de la Tatacoa (una anomalÃa en los Andes, bien bonito y a ratos parecido a un decorado de pelis del Oeste); y Tierradentro (una zona rural donde se desarrolló una cultura misteriosa de la cual sólo han quedado sus cuevas-tumba esculpidas y pintadas).

En esos dÃas comà lo justo y necesario para sobrevivir. No habÃa mucho donde elegir. Asà que cuando llegué a Popayán, un ciudad grande con todas las opciones, el hambre acumulada y las ganas de disfrutar las especialidades locales, hicieron que ocurriese lo inevitable…
Tengo apuntado lo que comà ese dÃa. Aquà va. Desayuné 2 tintos (café sólo normalmente azucarado), un par de arepas (bollo de maiz) con queso, un zumo de naranja recien exprimida y una rosquilla frita con arequipa (dulce de leche o cajeta).

Para almorzar me metà 10 empanadillitas de pipián (una patata pequeña colorada) con salsa de cacahuete picante (delicioso). No pensaba comer, pero encontré un menú irrechazable y caà en la tentación: sancocho (sopa) de pescado de primero y una bandeja de arroz con ensalada, patacón (chips de plátano frito) y yoyo sudado (tiburón en leche de coco y verduritas).
A media tarde empezó a llover y me resguardé en una cafeterÃa. Por pura gula me pedà un helado de 3 chocolates y un expresso con panna. Por la noche, para la cena compré quesos, pan y vino tinto, y con esto rematé el dÃa.

El resultado no podÃa ser otro. Me puse malÃsimo, 2 dÃas pegado a la taza del water. Aunque la verdad, sigo sin saber qué pudo caerme mal ;-).
