Yo vivÃa en Sydney con esa sensación de estar soñando, de estar de vacaciones dentro de mi viaje, en un lugar «demasiado» perfecto y encima disfrutando de ejercer como amo de casa.

Entonces me tomé otras vacaciones, y me escapé una semanita a Tasmania. Otro sueño dentro de un sueño, dentro de otro sueño. Un viaje dentro de un viaje dentro de un viaje. Y casi me quedo en el limbo de los sueños.

Tasmania es una isla fabulosa, al sur de Australia, donde se percibe de forma inmediata el ritmo tranquilo de un lugar tan alejado y remoto.

La población local se lo ha montado genial. La mayorÃa se dedican a producir vino de calidad, a hacer quesos y panes artesanales, a cultivar frutas orgánicas u ostras gigantescas, o a alquilar habitaciones en casitas aisladas rodeadas de tranquilidad y de un entorno natural idÃlico.

Y es que Tasmania es bien bonita y variada, con bosques milenarios, montañas nevadas, playas salvajes (aunque la temperatura del agua hace que sólo se me bañen los valientes) y rios caudalosos que rompen en cascadas mágicas.

Claro, asà no es de extrañar que Tasmania tenga, entre los australianos, la reputación de ser un lugar donde se vive muy bien y se come mejor.

Para rematar todo esto cuentan con uno de los mejores museos del mundo de arte contemporáneo, el MONA (para mà el mejor porque es sin duda el más vanguardista de todos). Lo ha creado, bajo tierra, un millonario excéntrico, y entre otras cosas expone un Ferrari gordo, una fuente de agua que escribe palabras y la réplica con tubos y válvulas de nuestro aparato digestivo.

Otro lugar de ensueño para seguir disfrutando.
